Más aprendizaje, menos calificaciones:

repensar la evaluación en la infancia

Ponerle una nota del 1 al 7 a un niño de seis, siete u ocho años puede parecer natural en nuestro sistema escolar, pero cada vez más voces se preguntan: ¿qué efectos tiene esta práctica en el aprendizaje? Cuando el foco está en obtener una buena calificación, lo que se instala en los niños es una motivación externa que clasifica y etiqueta. La nota deja de evaluar una tarea y comienza a operar sobre la identidad del estudiante, afectando su autoestima, curiosidad y relación con el aprendizaje.

Estas prácticas tienen consecuencias profundas. En lugar de fomentar el deseo de comprender, muchas veces instalan miedo al error, competencia excesiva, ansiedad o cumplimiento mecánico. Joe Feldman, autor de Grading for Equity, señala que estas formas de calificar provienen de modelos obsoletos, pensados para formar estudiantes obedientes, no creativos. Prácticas como penalizar entregas tardías o dar puntos extra perpetúan inequidades, afectando especialmente a estudiantes vulnerables.

Feldman también advierte una falla estructural: la mayoría de los docentes no recibe formación específica en evaluación justa y significativa. Así, calificar se vuelve una práctica heredada, más que una herramienta pedagógica.
Desde una mirada más respetuosa del desarrollo infantil, diversas voces han planteado que, al menos hasta los 8 años, la evaluación debería centrarse en el proceso, no en la competencia entre pares. La pregunta clave debería ser: ¿cómo avanza este niño en relación con lo esperado para su edad y contexto? Y no: ¿está mejor o peor que el promedio del curso?

En Chile, esta discusión ha comenzado a instalarse. En 2019 se presentó en el Senado un proyecto de ley que proponía eliminar las notas numéricas hasta 4° básico y reemplazarlas por evaluaciones cualitativas. Aunque aún sigue en discusión, abrió una conversación necesaria: ¿cuál es el sentido real de evaluar en la infancia?

Por su parte, el Decreto Exento N° 67 de 2018 del Ministerio de Educación establece que la evaluación debe ser formativa, centrada en el proceso, la retroalimentación y el aprendizaje real. Aunque la normativa aún exige notas numéricas al final del año, también reconoce la autonomía de los proyectos educativos para definir sus modelos, siempre que se informe claramente a las familias.

Chile necesita seguir profundizando esta conversación. ¿Tiene sentido calificar con un número a un niño o niña que apenas comienza a explorar el mundo de la lectura, las matemáticas o las ciencias? ¿No deberíamos enfocarnos más bien en acompañar su desarrollo con información significativa, personal y constructiva?

¿Qué piensan sobre este tema? ¿Les ha tocado vivirlo desde sus roles como docentes, directivos, madres o padres? ¿Cómo ven la posibilidad de avanzar hacia sistemas de evaluación más humanos y respetuosos con el proceso de aprendizaje?

Contenidos relacionados

¿Cómo los niños pueden seguir fomentando la lectura durante las vacaciones de invierno?

¿Y si empezáramos a repensar las notas en los primeros años escolares? Una invitación a reflexionar